domingo, 21 de febrero de 2010

JOSÉ WATANABE

LA BOA

La boa es
el deseo del abandonado: reptar
con un solo y largísimo músculo
para envolver completamente el cuerpo amado.

Puedes abrazar y estrangular pavas de monte
o cabras coquetas, pero que lejos esta todavía
la que huyo y duerme como una reina
sobre la copa de todos los árboles.




EL CABALLO

En la frontera del desierto
y las plantaciones de caña, la casa solitaria
tiene algo de cráneo abandonado al sol: quizá
por los sonidos resonantes de su interior
y el yeso que se hace polvo en sus paredes.

En el hondo vacío de la sala
de puertas y ventanas arrancadas
hay un intenso olor a caballo. En el rincón
Donde algún día un cabrero trashumante
se refugio y encendió una fogata,
anoche ha dormido un caballo.

Es absurdo pensar que entre los cañaverales
y el comienzo azul de las estribaciones andinas
aun vaga un caballo libre
que viene a dormir aquí.
Parece solo una idea hermosa
puesta en ese paisaje, pero no: en el aire
todavía percibo el temblor de sus músculos nerviosos.

Me voy de la casa convencido de que al anochecer
vendrá a dormir nuevamente ese caballo.

Le he dejado semillas de algarrobo
que recogí en el camino. Espero que las muerda
mientras que con su casco golpea el piso de tierra
acompasadamente
como una señal de entendimiento.




LA SERPIENTE

Aquí fue donde la serpiente
deshizo su rosca y se deslizo velocísima
bajo el cerco de laureles

Con el alma aun suspendida, dudé:
¿había visto una serpiente
o me había asaltado una vibración, un vértigo antiguo
que dormía sobre la yerba y se había despertado
a mi paso?

Aquí fue,
junto a esta bocatoma, done vislumbre
hace tantos años
la posibilidad de un mundo de movimientos remanentes
que quedan a flor de tierra: el aleteo
inútil de la torcaza quemada por el fuego de la zafra,
el correr errático de lagartijas y ratas
perseguidas por el mismo fuego unánime,
la cojera del zorro herido por una escopeta de sal,
la fuga de aquella serpiente.

Aquí fue,
y aun despiertan como espectros entre mis pies.




LA MANTIS RELIGIOSA

Mi mirada cansada retrocedió desde el bosque azulado por el sol
hasta la mantis religiosa que permanecía inmóvil a 50 cm de
mis ojos
Yo estaba tendido sobre las piedras calientes de la orilla del
Chanchamayo
y ella seguía allí, inclinada, las manos contritas,
confiando excesivamente en su imitación de ramita o palo seco.
Quise atraparla, demostrarle que un ojo siempre nos descubre,
pero se desintegró entre mis dedos como una fina y quebradiza
cáscara.

Una enciclopedia casual me explica ahora que yo había destruido
a un macho
vacío.
La enciclopedia refiere sin asombro que la historia fue así:
el macho, en su pequeña piedra, cantando y meneándose, llamando
hembra
y la hembra ya estaba aparecida a su lado,
acaso demasiado presta
y dispuesta.
Duradero es el coito de las mantis.
En el beso
ella desliza una larga lengua tubular hasta el estómago de él
y por la lengua le gotea una saliva cáustica, un ácido,
que va licuándole los órganos
y el tejido del más distante vericueto interno, mientras le hace gozo,
y mientras le hace gozo la lengua lo absorbe, repasando
la extrema gota de sustancia del pie o del seso, y el macho
se continúa así de la suprema esquizofrenia de la cópula
a la muerte
Y ya viéndolo cáscara, ella vuela, su lengua otra vez lengüita.

Las enciclopedias no conjeturan. Esta tampoco supone que última
palabra
queda fijada para siempre en la boca abierta y muerta
del macho.
Nosotros no debemos negar la posibilidad de una palabra
de agradecimiento.
Del libro El huso de la palabra




EL GUARDIÁN DEL HIELO

Y coincidimos en el terral
el heladero con su carretilla averiada
y yo
que corría tras los pájaros huidos del fuego
de la zafra.
También coincidió el sol.
En esa situación cómo negarse a un favor llano:
el heladero me pidió cuidar su efímero hielo.
Oh cuidar lo fugaz bajo el sol...
El hielo empezó a derretirse
bajo mi sombra, tan desesperada
como inútil

Diluyéndose
dibujaba seres esbeltos y primordiales
que sólo un instante tenían firmeza
de cristal de cuarzo
y enseguida eran formas puras
como de montaña o planeta
que se devasta.
No se puede amar lo que tan rápido fuga.
Ama rápido, me dijo el sol.
Y así aprendí, en su ardiente y perverso reino,
a cumplir con la vida:
Yo soy el guardián del hielo.
Del libro Cosas del cuerpo




DE LA POESÍA

El niño entró en la sombra de su árbol de extramuros
donde dejaba diariamente sus quehaceres de intestino.
Y si otro niño en árbol vecino se acuclillaba
y se aliviaba
brotaba entre ambos
la honrosa complicidad en la depuración
del buen animal.
Esta vez, sin embargo,
una visión suspende al niño, lo fija
con estupor
bajo su árbol:
En medio de una anterior limpieza
crecía
una incipiente y trémula plantilla.
y lo estremeció la imaginación del viaje
de la pequeña menestra
a lo largo de su cuerpo, su recorrido indemne,
incontaminado
y defendiendo
en su íntimo y delicado centro
el embrión vivo.
Y en la memoria del niño,
comenzó a elevarse para siempre
la planta mínima, tu principio, tu verde banderita,
poesía.




POEMA DEL INOCENTE

Bien voluntarioso es el sol
en los arenales de Chicama.
Anuda, pues, las cuatro puntas del pañuelo sobre tu cabeza
y anda tras la lagartija inútil
entre esos árboles ya muertos por la sollama.
De delicadezas, la del sol la más cruel
que consume árboles y lagartijas respetando su cáscara.
Fija en tu memoria esa enseñanza del paisaje,
y esta otra:
de cuando acercaste al árbol reseco un fosforito trivial
y ardió demasiado súbito y desmedido
como si fuera de pólvora.
No te culpes, quién iba a calcular tamaño estropicio!
Y acepta: el fuego ya estaba allí,
tenso y contenido bajo la corteza,
esperando tu gesto trivial, tu mataperrada.
Recuerda, pues, ese repentino estrago (su intraducible belleza)
sin arrepentimientos
porque fuiste tú, pero tampoco.
Así
en todo.




EL MAESTRO DE KUNG FU

Un cuerpo viejo pero trabajado para la pelea
madruga y danza
frente a los arenales de Barranco
Se mueve como dibujando
una rúbrica antigua, con esa gracia, y
sin embargo, está hiriendo, buscando el punto
de muerte
de su enemigo, el aire no, un invisible
de mil años.
Su enemigo ataca con movimientos de animales
agresivos
y el maestro los replica
en su carne: tigre, águila o serpiente van sucediéndose
en la infinita coreografía
de evitamientos y desplantes.
Ninguno vence nunca, ni él ni él,
y mañana volverán a enfrentarse.
-Usted ha supuesto que yo creo a mi adversario
cuando danzo- me dice el maestro.
Y niega, muy chino, y sólo dice: él me hace danzar a mí.




LAS MANOS

Mi padre vino desde tan lejos
cruzó los mares
caminó
y se inventó caminos,
hasta terminar dejándome sólo estas manos
y enterrando las suyas
como dos tiernísimas frutas ya apagadas.

Digo que bien pueden ser éstas sus manos
encendidas también con la estampa de Utamaro
del hombre tenue bajo la lluvia.
Sin embargo, la gente repite que son mías
aunque mi padre
multiplicó sus manos
sólo por dos o tres circunstancias de la vida
o porque no quiso que otras manos
pesasen sobre su pecho silenciado.

Pero es bien sencillo comprender
que con estas manos
también enterrarán un poco a mi padre,
a su venida desde tan lejos,
a su ternura que supo modelar sobre mis cabellos
cuando él tenía sus manos para coger cualquier viento,
de cualquier tierra.







EN EL CAUCE VACÍO


En verano,
según ley de aguas, el río Vichanzao no viene a los cañaverales.
Los parceleros lo detienen arriba
y lo conducen al panllevar.
Aquí en el cauce queda fluyendo una brisa, un río
invisible.
Camino pisando los cantos rodados enterrados en el limo
y mirando los charcos donde sobreviven diminutos peces grises
Que muerden el reflejo de mi rostro.
Los pequeños sorbedores de mocos ya no los atrapamos en botellas.
Tampoco tejemos trampas para camarones
y nuestro lejano bullicio se esfuma
sin dolor.
Supuse más dolor. En el regreso todo se convierte en zarza,
dijo Issa.
Pero yo camino extrañamente aliviado,
ni herido ni culposo,
por el cauce
en cuyas altas paredes asoman raíces de sauces. Las muerdo y
este sabor amargo es la única resistencia que hallo
mientras avanzo contra la corriente.







LOS POETAS

Abelardo me ha hecho un honor,
me ha pedido que presente su libro. Ay amigo,
exímeme de larga opinión. Bien sabes
que cuando un poeta honrado lee a otro honrado
sólo le busca una palabra, una sola, la que hace sonar
a las otras.
“Rosebud”, dijo Kane. Una palabra así,
como caída de un cielo. ¿Cómo hallarla entre las astucias
de la poesía y del mucho ingenio
que vanaliza los poemas?
Yo la estoy buscando sin prisa, entre todos
los honrados, y con resabio de sangre en la boca
como si estuviera masticando
mi propia lengua.





SALA DE DISECCIÓN


Un cadáver puede provocar una filosofía del ensimismamiento,
sin embargo los estudiantes admirablemente
estaban entusiasmados con su muerto,
lo rodeaban
y discutían con fervor la anatomía de ese cuerpo de piel coriácea.
Yo aprendía otra lección:
la vida y la muerte no se meditan en una mesa de disección.
Los estudiantes me previnieron
que iban a extraer el cerebro. Permanecí con ellos:
a veces soporto lo siniestro sin perturbarme demasiado.
No hay sofisticación instrumental para retirar un cerebro,
una modesta sierra de carpintero
cortó el cráneo a la altura de las sienes,
luego sumergieron el órgano mítico en un frasco lleno de
formol.
Yo me dediqué a observarlo, solo, en otra mesa
mientras los estudiantes seguían cotejando su denso libro con el
muerto.
Sorpresivamente
una burbuja brillante brotó del interior del cerebro
como un mensaje venido de la otra margen,
y no había boca que lo pronunciara.
No había boca.
La burbuja, muda, se deshizo en ese aire levemente podrido.






PLANTEO DEL POEMA


Yo quería escribir un poema,
un estudio del canguro hembra que termina de procrear su
cangurito
en una bolsa membranosa que lleva a guisa de delantal.
Ampliando un poco la imagen
debía identificar esa bolsa materna con mi dormitorio.
y dentro de la bolsa-dormitorio estaría mi hija recién nacida
y un tanto edípicamente yo mismo. Mi mujer,
la cangura, debía administrar esa bolsa de cemento como parte
de
su cuerpo,
estableciendo su maternalismo sobre ambos, incluso sobre las
cosas.
Cuando llegó mi hija yo sospeché esta conversión, y tuve miedo.
Mi hija pudo tener alas y largarse por la ventana
pero decidió ser como papá y mamá que no saben volar.
Por eso fue menester que la habitación se convirtiera en
marsupia
donde ella terminaría de criarse arrojándome sus olores
de talco y caca, y convirtiendo los bellos pechos eróticos de mi
cangura
en pechos nutricios.
También debía hablar de mis actitudes de mono alrededor de su
cuna
diciéndole “cara de poto”, pero babeante, pero progenitor,
pero a sus órdenes.
Yo debí escribir ese poema. Espero hacerlo algún día.




COMO EL PEJE-SAPO

Nunca escuchaste canto más razonable
que el de los pájaros que anoche huían de la tormenta:
“Más vale / estar asido / del aire”.
Porque en el peligroso borde palpas verso como ramita
providencial
o frase de la filosofía como piedra para apoyar el pie,
Sí, más te hubiera valido aprender a asirte del aire.
Tendido, tu cuerpo suena sus tripas y te recuerda que
aún te quedan tus humildes voces
vegetativas. Sonríes
y con ternura maternal oyes tu borborigmo y tu pedo,
y te serenas:
en el peligroso borde te afirmas como el peje-sapo en la roca
marina,
con el vientre.
Callada tu mente y su prestigioso trabajo,
descubres, en el peligroso borde, que tu cuerpo es más
inteligente
y que es tuyo y de todos. Todo cuerpo es tótem.
Levántate y muestra tu desnudez al alba que ya empieza.
A las 7 los cirujanos te abrirán el pecho con sus escalpelos.
No morirás: tus voces vegetativas siguen sonando
y ya son (y ya eres) parte del rumor panteísta que viene del
bosque
y, al parecer, de un alba más remota.




EL CIERVO

El ciervo es mi sueño más recurrente.
Siendo animal de manada aparece mirándome con alzada
y orgullo
de hombre solo.
A media distancia pasta en un espacio pequeño, y alrededor
todo petrificado, ningún cuerpo
de carne
que se le compare.
El ciervo se mueve corno articulado por fuertes elásticos
internos
que convergen en un poderoso órgano desconocido y
central.
De allí su caminar gracioso
que disimula su enorme fuerza
elástica, su potencial
de vuelo.
Imaginemos la eventualidad de un cazador y de un certero
[disparo,
ya el ciervo está desarrollando su instantáneo salto
en el cielo.
La jauría sólo llegará a su primera sangre, a la sorprendida,
y luego no lamerá
ninguna
porque en el ascenso
el ciervo curará su herida
con simple
saliva.
Y aterrizado y salvo aparecerá otra noche en mi sueño
de hipocondríaco.
Mi miedo volverá a cubrirlo de atributos
de inmortal. Y así mirándolo
yo mismo me miro
pero sólo en mi sueño
porque la voz de mi vigilia no entra allí, y el ciervo
nunca oye
mi cólera:
No eres de vuelo y morirás en el suelo, mordido
por los perros!




LA ORUGA

Te he visto ondulando bajo las cucardas, penosamente,
[trabajosamente,
pero sé que mañana serás del aire.
Hace mucho supe que no eras un animal terminado
y como entonces
arrodillado y trémulo
te pregunto:
Sabes que mañana serás del aire?
Te han advertido que esas dos molestias aún invisibles
serán tus alas?
Te han dicho cuánto duelen al abrirse
o sólo sentirás de pronto una levedad, una turbación
y un infinito escalofrío subiéndote desde el culo?
Tú ignoras el gran prestigio que tienen los seres del aire
y tal vez mirándote las alas no te reconozcas
y quieras renunciar,
pero ya no: Debes ir al aire y no con nosotros.
Mañana miraré sobre las cucardas, o más arriba.
Haz que te vea,
quiero saber si es muy doloroso el aligerarse para volar.
Hazme saber
-si acaso es mejor no despegar nunca la barriga de la tierra.




ARTE POÉTICA

Deja tu alfiler de entomólogo, poeta:
Las palabras no son mariposas con teta.

Sentado en la cima del osario
preguntas: Seré yo el nuevo notario?

Pasan muchas frases de hombro caído,
tú las quieres con un poquito de sonido.

Las palabras, o mejor, los vampiros
ya vienen volando con lujurioso suspiro.

Pronto serás tú, entre gozoso y aterrado,
el mamado.




EL LENGUADO

Lo gris contra lo gris. Mi vida
Depende de copiar incansablemente
El color de la arena
Pero ese truco sutil
Que me permite comer y burlar enemigos
Me ha deformado. He perdido la simetría
De los animales bellos, mis ojos
Y mis narices
Han virado hacia un mismo lado del rostro. Soy
Un pequeño monstruo invisible
Tendido siempre sobre el lecho del mar.
Las breves anchovetas que pasan a mi lado
Creen que las devora
Una agitación de arena
Y los grandes depredadores me rozan sin percibir
Mi miedo. El miedo circulara siempre en mi cuerpo
Como otra sangre. Mi cuerpo no es mucho. Soy
Una palada de órganos enterrados en la arena
Y los bordes imperceptibles de mi carne
No está muy lejos
A veces sueño que me expando
Y ondulo como una llanura, sereno y sin miedo, y más
grande que los más grandes. Yo soy entonces
Toda la arena, todo el vasto fondo marino




MARTA Y MARÍA

Querida Marta:
Debo decirte que
la palabra miente una fijeza, una suspensión y
que no le cruza el miedo del acabarse luego.
Deja en esa felicidad a tu hermana, acurrucada
en Él y sus palabras.

Por lo demás
todos esperamos tus vituallas de fogón, aún Él,
porque incluso La Palabra hace silencio
y el estómago suena.

Que raros dones juntas, Marta, belleza y diligencia.
Y sabiduría:
cuando encendiste el fuego,
te vi poner debajo de leños nuevos
el leño que ayer apagaste.
Sabías
que este ardería con más deseo que los intactos.

Sí, Marta
siempre hay un aprendizaje
para consumirse.




EL MIEDO

El burro hace girar la rueda del molino
y a cada vuelta cierra
ese círculo vicioso
que durante año ha hollado en la tierra.

El polvillo blanco de la molienda flota en el
ambiente. Se asienta
en todo,
pero en las pestañas del burro
es toda la tristeza
y la condena.

Me alejo silbando del molino, silbando
para disimular
el temor de poner el pie
en una huella sin esperanza




LA FOTOGRAFIA

Este señor insistente, consciente de su poder,
me dice: relájese, mire a través de la ventana,
coja el libro, finja que lo lee, perfecto.

Más tarde, en su laboratorio, después de que la luz
imprima el papel fotográfico
empezare a asomar renuentemente, lentamente
en la bandeja del ácido revelador. Apareceré
como el espera que aparezcan todos los poemas:
maricas mirando en lontananza
o angelotes ensimismados en las bellas letras.

¿Y si en la oscuridad del laboratorio, de pronto,
sonara la voz de otro poder, un dios terrible
que me ordenara
que no me detenga en mis facciones, que siga
revelándome
sin interrupción
hasta mostrar las profundidades de mi carne,
mis células, mi entramado más intimo?

¿Solo el palpito inicial de donde vine
quedara temblando sobre el papel negro?

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